Queridos Carrozas: visto que, jueves tras jueves, nos planteamos preguntas trascendentales sobre la vida (¿quien soy? ¿donde estoy? ¿qué me ha pasado?) y la fotografía (¿que es la fotografia? ¿en qué se equivocaba Cartier Bresson? ¿es el concepto lo suficientemente conceptual? y, sobre todo, ¿donde he dejado la puñetera tarjeta de 64 Gb?), he dedicado mi escaso tiempo a la investigación proyectual y a la semántica de la imagen, en busca de conceptos claros que nos iluminen. A punto de tirar la toalla, encuentro esta historia en un estupendo blog, llamado "Cienojetes" que comparto con vosotros a mayor gloria de Dios. Leedlo y disfrutad.
A mi novia le gustaban mis fotos
Ando completamente perdido. La fotografía contemporánea está
destrozando mi mente y mis relaciones sociales. Yo pensaba llegar al
estrellato y resulta que me estoy estrellando.
Cuando empecé en el mundo de la fotografía mi mayor obsesión era
reproducir las fotos que aparecían en los libros de culto para mí, casi
todos de la editorial Anaya. Y en poco tiempo le fui cogiendo el truco.
Había que madrugar mucho para fotografiar al amanecer, jugarse el tipo
en lugares abandonados para sacar texturas, perseguir siluetas a
contraluz o comprar rosas frescas para hacer macros (como el de abajo).
Pero todo ello tenía sentido. La recompensa era enorme. A mi novia le
encantaban mis fotos.
Adoraba que le hiciera books en plena naturaleza siguiendo los consejos del ingeniero.
No paraba de decirme que tenía una delicadeza fuera de lo común.
¡Menuda colección de fotos subiditas de tono le hice con el rollo de la
sensibilidad! Por ahí las tengo guardadas. En cuestión de pocos meses me
había convertido en artista para ella. Y todo ello sin ningún tipo de
conocimiento sobre historia de la fotografía ni sobre fotógrafos
clásicos. Sus fotos siempre me habían parecido muy fáciles de
reproducir, no había razón para estudiarlos.
Todo se torció a partir de una conversación con un compañero de
trabajo, maldita la hora. Me habló de un proyecto fotográfico que
llevaba entre manos, algo sobre la equidistancia entre pareceres
antibióticos. Yo no entendí una leche, pero el tipo parecía convencido
de lo que decía. Me enseño unas cuantas fotos que llevaba en el móvil,
algo en la línea de la foto de abajo. Al enseñarle yo mis coloridos
macros de florecitas fue cuando me hizo la gran pregunta: “¿Qué me estás
contando con eso? Yo sólo veo imágenes bonitas, no me transmiten nada”.
Aquello fue un mazazo tremendo. ¿Pero desde cuándo las fotos tenían
que contar algo? ¿No basta con que sean bonitas? ¿Y entonces lo que dice
Michael Freeman? ¿Tú sabes cuántos favoritos tengo yo en Flickr? Empezó
a hablarme de la superación de la fotografía clásica, del alejamiento
del pictorialismo y demás verborrea. Como no le entendía en absoluto, me
recomendó que le acompañara a unas charlas que organizaba una escuela
de fotografía, lo cual me sonó un poco a secta, la verdad. ¡Con lo
orgulloso que estaba yo de ser autodidacta y ahora tenía que ir a
clases!
Esos talleres cambiaron para siempre mi vida. Tuve que cambiar de
localizaciones a la hora de fotografiar. Ya se sabe: la periferia, los
huertos urbanos, los descampados, etc. Yo no tenía ni pajolera idea de
qué estaba buscando exactamente, pero era lo que se llevaba. Cada vez
fotografiaba menos a mi chica y tampoco le dejaba que se viniera
conmigo, porque me impedía conectar con mi visión poliédrica. Las veces
que accedí a fotografiarla siempre acabaron mal. Ella no paraba de
sonreír y yo le reiteraba que en la fotografía contemporánea la
expresión tiene que ser mustia, está mal visto salir contento en las fotos.
Estaba empezando a barajar la posibilidad de abandonar el moderneo,
me estaba causando demasiados problemas. Sin embargo, Indalecio, un
friki de los fotolibros al que había conocido hacía poco, me dijo que
mis fotos expresaban bien la ausencia de presencia cósmica. Aquello me
envalentonó y decidí enseñárselas por primera vez a mi novia esperando
que aquello compensara todo el sufrimiento causado. Se le dislocó la
mandíbula. Tampoco lo arregló mi argumentación sobre la presencia
cósmica. Me dejó.
Ahora tengo un nuevo proyecto fotográfico, un work in progress
todavía más conceptual (similar al de la foto de arriba). Ya lo he
presentado a cinco concursos, tres becas y dos rallies. Todavía no he
tenido éxito, pero estoy seguro de que cada vez estoy más cerca de que
me premien. ¿Que cómo lo sé? A mi madre y a mis amigos no les interesa
ni lo más mínimo, cada vez le gusta más a Indalecio y, sobre todo, a mí
el proyecto me parece una mierda que se filtra por los intersticios de
la subversión.
Ya no me como una rosca. Sólo me queda el consuelo de tener en el disco duro las fotos en bolas de mi ex.
Pobre chico. No se había dado cuenta de que las fotos bonitas, (la pastorcita con sus borreguitos a contraluz, etc...),son más empalagosas que un merengue pastelero y actualmente sólo sirven para ganar algún estúpido concurso.
ResponderEliminarEs una pena que no fuera a las clases antes de empezar a fotografíar, claro que entonces no tendría las fotos de su novia.
Estoy seguro de que en pocos años será un estupendo fotógtrafo contemporáneo.