Más fotos del Cabanyal, de ese pueblo que tanto ha molestado a los adalides del pelotazo, la corrupción y la modernidad de Valencia, que hubieran preferido verlo arrasado antes de la Copa América, para que nada desentonara con los coches de alta gama, los pijos engominados y las chicas estupendas que se movían entre yates y Moet Chandon como peces en el agua. Un poco sobre ese tema, os incluyo un fragmento de una columna de Manuel Vicent en "El Pais", el 23-6-2013. Se titulaba "Desde el campo de regatas".
Como símbolo de aquel tiempo destruido, en la Malvarrosa se hallaba la
residencia del escritor Blasco Ibáñez en estado de ruina, sin puertas ni
ventanas, los cristales rotos, las cariátides decapitadas, el jardín a
merced de las culebras y alacranes. Después de la guerra había sido
incautada por las Flechas Navales de Falange y, abandonada luego a su
suerte, fue tomada por vagabundos y drogadictos. De los cuatro leones
mesopotámicos que soportaban la mesa de mármol travertino de la terraza
donde Blasco Ibáñez escribió Sónica la Cortesana, tres de ellos fueron utilizados como trébedes para guisar paellas en un chiringuito.
No todo estaba perdido. En la playa de las Arenas quedaba en pie el
balneario con el pabellón de baños a modo de Partenón pintado de
azulete, la piscina con el trampolín modernista, el cine de verano, la
pista de baile al aire libre, los chiringuitos y restaurantes donde
servían comidas bajo el sonido de acordeones. Aquel espacio contenía una
felicidad preternatural, pero era un paraíso del que uno podía ser
expulsado sin haber mordido la manzana. Un día el propio Jehová, bajo la
forma de capitán general de la región militar, llegaba con una
formación de soldados y mandaba desalojar a punta de bayoneta la playa y
el balneario para bañarse a sus anchas y tomarse una paella con sus
amigos, protegido por una erección de fusiles. Luego, a media tarde,
semejante Jehová regresaba a Capitanía, ahíto de arroz.
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